miércoles, 19 de agosto de 2009

Bendiciones del Dragón del escritor argentino Gustavo Roldán

Bendiciones del Dragón del escritor argentino Gustavo Roldán
Que las lluvias que te mojen sean suaves y cálidas.
Que el viento llegue lleno del perfume de las flores.
Que los ríos te sean propicios y corran para el lado que quieras navegar.
Que las nubes te cubran el sol cuando estés solo en el desierto.
Que los desiertos se llenen de árboles cuando los quieras atravesar. O que encuentres esas plantas mágicas que guardan en su raíz el agua que hace falta.
Que el frío y la nieve lleguen cuando estés en una cueva tibia.
Que nunca te falte el fuego.
Que nunca te falte el agua.
Que nunca te falte el amor.
Tal vez el fuego se pueda prender.
Tal vez el agua pueda caer del cielo.
Si te falta el amor, no hay agua ni fuego que alcancen para seguir viviendo.

martes, 11 de agosto de 2009

LA ARGENTINA INSOLENTE

La Argentina Insolente . Dr. Mario Rosen

La Argentina Insolente

En mi casa me enseñaron bien.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que
nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía
A raya con la simple amenaza: “Ya van a ver cuando llegue papá”. Porque las
mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar... Porque
había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.

No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la
Autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi
mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un
cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme
esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas
me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un
horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque
podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas.. Y me ordenaban porque es
bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de
abismo, abandono y ausencia.

Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y
consistentes como eran “lavarse las manos antes de sentarse a la mesa”
o “escuchar cuando los mayores hablan”.

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las
mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la
casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la
Sagrada Ley Casera.

Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “las reglas” mediante el
sano y excitante proceso de la “travesura” que me permitía acercarme al
borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era
descubierto, denunciado y castigado apropiadamente..

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me
permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y
no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo
predecible.

El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el
rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran
acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo.
Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a
cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi
casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y
dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había
“travesuras” sin “castigo”, y una enorme cantidad de “reglas” que no se
cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo,
si me lo permite).

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba.
Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un
ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la
impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi
casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había
piedad.

Le explicaré: Justicia, porque “el que las hace las paga”. Piedad, porque
uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba
intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto
más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que
sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de
sacar los pies del plato.

Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa.
Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que
en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que
todo funcionara. En mi casa había una “Tercera Regla” no escrita y, como
todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta
fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:

Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase
responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su
lugar.

Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo
que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su riesgo-
pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e
insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el
césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar
papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se
pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de
insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar,
ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla
respetar. Así no hay remedio.

El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de
petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro
principios:

- Pretender saberlo todo
- Tener razón hasta morir
- No escuchar
- Tú me importas, sólo si me sirves.

La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los
niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los
que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que
pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden
trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que
sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que,
insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira.
Así nos vamos a quedar sin trabajo todos.
Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.

Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi
casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que
demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas?
Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa
mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos
tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar.

PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener
que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y
comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además,
aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero
muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que
estamos dispuestos a respetar estas reglas.

Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No tire
papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho
de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo
encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente
levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que
seamos varios para levantar un mismo papel.

Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no
pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.

Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del
peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.

Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a
desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia
colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la
grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada.
Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier
cosa.

Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío.
Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el
tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o
cargará siempre con el arrepentimiento.

¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE ?
Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.

Dr. Mario Rosen

lunes, 11 de mayo de 2009

Te Deseo




Te deseo primero que ames,
también seas amado.

Te deseo también que tengas amigos,y que, incluso malos e inconsecuentes sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar.

Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro.


Te deseo además que seas útil,más no insustituible.
Y que en los momentos malos,cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante, no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.


Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.


Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.


Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.


Te deseo que acaricies un perro,alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera, sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuantas vidas
está hecho un árbol.


Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico.

Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas: “Esto es mío”sólo para que quede claro quién es el dueño de quién.


Te deseo también que ninguno de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.


Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte.


VICTOR HUGO

miércoles, 6 de mayo de 2009

la flor roja de tallo verde


Flor roja de tallo verde

"La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras."
Rousseau

"Una vez un niño fue a la escuela y era bien pequeño. Y la escuela era bien grande, pero cuando el niño vio que podía ir a su clase directamente desde la puerta de afuera, se sintió feliz y la escuela no le parecía tan grande, así. Una mañana, cuando hacía poco que estaba en la escuela, la maestra dijo: -"Hoy vamos a hacer un dibujo". "Bien", pensó . Le gustaba mucho dibujar. Y podía hacer todas las cosas, leones, tigres gallinas y vacas, trenes y barcos y tomó su caja de lápices y comenzó a dibujar. Pero la maestra dijo: "¡Esperen! no es hora de comenzar". Y él esperó hasta que todos estuvieran preparados.

-"Ahora- dijo la maestra- vamos a dibujar flores". "Qué bien". -pensó el niño, a él le gustaba dibujar flores. Y comenzó a hacer bonitas flores, con lápiz rojo, naranja, azul. Pero la maestra dijo: "¡Esperen, yo les mostraré cómo se hacen!". Así -dijo la maestra-. Y era una flor roja con tallo verde. "Ahora sí", dijo la maestra. "Ahora pueden comenzar". El niño miró la flor de la maestra y luego la suya, y a él le gustaba más su flor que la de la maestra. Y no reveló esto. Simplemente guardó su papel e hizo una flor como la de la maestra, roja con el tallo verde.

Otro día, la maestra dijo: -"Hoy vamos a trabajar con plastilina". "Bien" -pensó él, y podía hacer todo tipo de cosas con plastilina: serpientes, muñecos de nieve, elefantes de rabitos, autos y camiones. Comenzó a apretar y amasar la bola de plastilina.
Pero la maestra dijo:- "¡Esperen, no es hora de comenzar!" Y él, esperó hasta que todos estuvieran preparados. "Ahora -dijo la maestra- nosotros vamos a hacer una serpiente". "Bien", pensó el niño. A él le gustaba hacer serpientes. Y comenzó a hacer unas de diferentes tamaños y formas. Pero la maestra dijo: "¡Esperen, yo les mostraré como hacer una serpiente larga!". Ahora pueden comenzar. El niño miró la serpiente de la maestra, entonces miró la suya, y a él le gustaba más la suya que la de la maestra, pero no reveló esto. Simplemente amasó la plastilina en una gran bola, e hizo una gran serpiente como la de la maestra.

Así, y luego, el niño aprendió a esperar, y a observar y a hacer las cosas como las de la maestra. Y luego no hacía las cosas por sí mismo.
Sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra casa, en otra ciudad, y el niño tuvo que ir a otra escuela. Esa escuela era mucho más grande que la primera, tenía puerta afuera, pero para llegar a su aula, el niño tenía que subir unos escalones y seguir por un corredor largo.

Y justamente el primer día que estaba allí, la maestra dijo:- "Hoy vamos a hacer un dibujo". Bien, pensó el niño, y esperó que la maestra le dijera qué hacer. Pero ella no dijo nada, apenas andaba por el aula. Cuando se acercó al niño, ella dijo:"-¿Tú no quieres dibujar?". -"Sí" -dijo el niño- "pero ¿qué vamos a hacer?". -"Yo no sé hasta que tú no lo hagas"- dijo la maestra.-"¿Cómo lo haré?"- preguntó el niño. -"¿Por qué?"- dijo la maestra -"De la manera que quieras"-. -"¿Y de cualquier color?"- preguntó él.-"De cualquier color"- dijo la maestra; -"si todos usasen los mismos colores e hicieran los mismos dibujos, ¿cómo se podría saber quién hizo que y cual sería de quien? -"Yo no se",- dijo el niño ,y comenzó a hacer una flor roja con el tallo verde."
(Desconozco el autor, pero es un cuento que me encanta, pues refleja muy bien cómo si dejamos que la creatividad infantil se marchite haremos adultos inseguros y dependientes. El maestro debe ser guia, nunca impositor)